Los deportes electrónicos, conocidos popularmente como eSports, han experimentado un enorme crecimiento en los últimos años. Hablamos de una industria que en tan solo cinco años ha pasado de producir menos de 10 millones de euros a los 1.000 millones de euros que generó el año pasado en todo el mundo. Y continúa rompiendo récords también en España: la final de la Superliga Orange de League of Legends, uno de los juegos más seguidos en todo el mundo (junto con Starcraft, Counter Strike: Global Offensive o Fortnite), se convirtió en el evento más visto de los eSports en España con 238.000 espectadores. La industria, a nivel nacional, también batió récord de facturación con 1.479 millones de euros de ganancias en 2019.

Las medidas de confinamiento para detener la expansión del coronavirus han contribuido a que miles de españoles en busca de retransmisiones deportivas hayan cambiado de los deportes tradicionales a esta nueva forma de entretenimiento. Porque la gran ventaja de los eSports frente al resto es clara: ellos no paran. Los equipos continúan entrenando (algunos equipos de élite chinos acumulan hasta 14 horas diarias todos los días de la semana), las retransmisiones a través de plataformas como Twitch siguen creciendo, y cada vez suman más aficionados en todo el mundo.

Pero ser jugador de eSports no está exento de riesgos para la salud: problemas de muñeca, cuello y espalda o pérdidas de visión son algunos de los problemas físicos, a los que se suman, en el ámbito psicológico, la ansiedad y en algunos casos dificultades para conciliar el sueño. Por ello, los jugadores se preparan física y mentalmente para aguantar el ritmo competitivo para una carrera que, en muchos casos, se trunca antes de llegar a los 25 años de edad.

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