Raúl de la Rosa, investigador y filósofo, publicó hace unas fechas un libro que vuelve a estar de actualidad sobre el impacto de las ondas electromagnéticas y electroestáticas en los seres humanos. Afirma en la presentación que estamos expuestos a constantes radiaciones artificiales y peligrosas para nuestra salud, sin que exista actualmente ninguna clase de control sobre su emisión y legislación, poniendo en grave peligro tanto al medio ambiente como a nosotros.

Y es que, en pocos años se ha producido un incremento de estas radiaciones provocadas por las líneas eléctricas, los transformadores, las antenas de telefonía móvil, el wifi… elementos tan presentes en nuestro día a día y en prácticamente todo el planeta.

Una enfermedad silenciada de grandes proporciones y consecuencias. Convirtiéndose en una verdadera pandemia que se extiende inexorable y rápidamente por todo el planeta.

En la obra señala que “hay que reconocer que hay personas que son mucho más sensibles a los campos electromagnéticos y, por tanto, incluso estas dosis pueden ser excesivamente elevadas. En estos casos hay que apantallar sus viviendas e impedir que haya valores superiores a los que pueden tolerar”. Añade Raúl de la Rosa que “hay que considerar que cada organismo es distinto y, por tanto, responde de distinta forma ante un mismo fenómeno. La situación actual de los campos electromagnéticos puede compararse con una epidemia que, siendo nociva, no afecta a todos, ni a todos por igual. Unos no enfermarán ni percibirán ningún síntoma, otros padecerán trastornos poco definidos, pero que mermará su calidad de vida, otros notarán claramente unos efectos bien definidos y otro grupo enfermará gravemente”.

Entre las conclusiones de su estudio afirma que “es muy posible que dentro de no muchos años, la gente se pregunté: ¿Por qué no hicimos nada? ¿Por qué no actuamos a tiempo? Será difícil explicarles que con la enorme acumulación de pruebas que tenemos no hayamos tomado medidas drásticas de emergencia ante una situación sanitaria que se nos está yendo de las manos. Quizá les podamos explicar que las autoridades sanitarias hicieron caso omiso a las miles de investigaciones científicas que alertaban de unos riesgos indudables, que no escucharon a los científicos más prestigiosos que alertaron durante años de los riesgos, y que hicieron caso de las opiniones avaladas por las compañías que negaban la realidad y escucharon las pocas voces de supuestos expertos cercanos a las tesis de la industria”.

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